No hemos terminado de leer a Juan José Arreola

por Omar Alcántara Islas

“Gabriel García Márquez me llevó ante Fidel [Castro] y le dijo: Te presento a Juan José Arreola, que es el escritor que más me gusta, después de mí.”

De El último juglar, escrito por Orso Arreola
sobra la vida de su padre.

Vida y obra

El prestidigitador, el fabulista, el equilibrista, el juglar, el hombre-mundo, el hombre-pueblo (Zapotlán el Grande, Jalisco, 1918), ha dejado una huella profunda no sólo en las letras mexicanas, sino en la historia del cuento hecho en lengua española. Maestro del mini-relato, editor insuperable, traductor preciso del francés al español (Francis Thompson, libros sobre arte o teatro: Gaston Baty, Emile Male), conversador lúcido en la radio o en la televisión, amigo de Alfonso Reyes, orientador de una gran generación de escritores (Vicente Leñero, José Emilio Pacheco, José de la Colina…), fundador de revistas (Eos y Pan, esta última junto a Antonio Alatorre y Juan Rulfo), asesor y creador de grandes colecciones bibliográficas (Los Presentes, Breviarios del FCE, Libros y cuadernos del Unicornio, Nuestros clásicos de la UNAM), crítico del progreso, soñador de tiempo completo, amante de la palabra y artesano del lenguaje. Esto y más fue Juan José Arreola, un hombre de letras, un apasionado del teatro, un escritor con una original escritura y una filosofía ardiente y propia.

Y para saber más de su vida, mejor que él nos cuente un poco de ella en esas páginas magistrales que abren su Confabulario de 1952 (para muchos su obra cumbre), y a las que tituló “De memoria y olvido”:

“Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos lo hicieron Ciudad Guzmán hace cien años […] Yo soy el cuarto hijo de unos padres que tuvieron catorce […] Procedo en línea recta de dos antiquísimos linajes: soy herrero por parte de madre y carpintero a título paterno. De allí mi pasión artesanal por el lenguaje. Como casi todos los niños, yo también fui a la escuela. Pero no pude seguir en ella por razones que sí vienen al caso pero que no puedo contar: mi infancia transcurrió en medio del caos provinciano de la Revolución Cristera […]”

”Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años y en Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo: Papini y Marcel Schwob […]

”Desde 1930 hasta la fecha he desempeñado más de veinte oficios y empleos diferentes… He sido vendedor ambulante y periodista; mozo de cuerda y cobrador de banco. Impresor, comediante y panadero. Lo que ustedes quieran […]

”Sería injusto si no mencionara aquí al hombre que me cambió la vida. Louis Jouvet, a quien conocí a su paso por Guadalajara, me llevó a París hace veinticinco años […]

”A mi vuelta de Francia, el Fondo de Cultura Económica me acogió en su departamento técnico gracias a los buenos oficios de Antonio Alatorre, que me hizo pasar por filólogo y gramático. Después de tres años de corregir pruebas de imprenta, traducciones y originales, pasé a figurar en el catálogo de autores […]

”Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka […]”.

Y así, en esos párrafos sinceros, Arreola nos descubrió algo de sí mismo y de su carácter. El poco tiempo que pasó en la escuela primaria (de los ocho a los doce años) fue suficiente para que la semilla de la literatura –a partir de la memorización de versos, de la declamación de los mismos, de los primeros escritos– engendrara lo que después Julio Cortázar llamaría “un árbol de palabras”, para referirse a Arreola.

Louis Jouvet, el hombre al que se muestra tan agradecido, fue un famoso actor y director francés, quien descubrió al joven talentoso e intercedió para su estancia en París de 1945 a 1946. Aunque ya antes, en 1937, esa misma pasión lo había llevado a viajar al Distrito Federal, con pocos pesos en la bolsa pero con el deseo de destacar en los escenarios. En la capital del país se inscribió en  la Escuela Teatral de Bellas Artes, donde tuvo como maestros a Fernando Wagner, Rodolfo Usigli y Xavier Villaurrutia. De esta pasión también se desprenden varios títulos de dramaturgia menos conocidos en su obra completa, tales como La hora de todos, por el cual fue galardonado con el Premio del Festival Dramático del INBA en 1955.

Juan José Arreola llegó a actuar en la Comedia Francesa (o Teatro Nacional de Francia), pero al regresar a México no pudo continuar en esta faceta y se dedicó a la corrección de textos y a la escritura de solapas para el FCE, puliendo, mediante este último oficio, ese arte de la brevedad que lo caracteriza. Al tiempo que trabajaba, obtuvo una beca en el Colegio de México, donde para Emmanuel Carballo, según palabras de su libro Protagonistas de la literatura mexicana, se realizaría la verdadera transformación literaria de Arreola.

Arreola publicó su primer cuento, Sueño de Navidad,  en el periódico Vigía de Zapotlán, en 1941. Más adelante, participó en la edición de las efímeras revistas Eos (1943) y Pan (1944), donde también publicaría sus textos (por ejemplo, “Hizo el bien mientras vivió”, su primera obra maestra, según Felipe Garrido), junto a las también primeras publicaciones de Juan Rulfo.

Varia invención, publicando así su primer libro en el Fondo de Cultura Económica, en 1949. En 1950, otra beca –ésta del Instituto Rockefeller– le ayudó a preparar Confabulario, que sería publicado por la misma editorial en 1952. Es el tiempo en el que comienzan a llegar los innumerables premios, comenzando con el Jalisco de Literatura en 1953. Durante estos años, es uno de los primeros lectores y promotores de Pedro Páramo, de Rulfo. En 1955 forma parte de un programa de talleres universitarios, “Poesía en voz alta”, que reúne entre otros a Octavio Paz y Leonora Carrington, de donde se desprendería el libro Lecturas en voz alta, contextos seleccionados por Arreola del catálogo de la editorial Porrúa. Con la beca del Colegio de México tuvo tiempo para dedicarse a la escritura de tiempo completo.

En los siguientes años, Arreola pasó a ser parte de los autores de la editorial Joaquín Mortiz, en donde publicó la recopilación de sus textos, incluyendo colecciones de relatos, tales como Bestiario, Cantos del mal dolor y Prosodia, en los cuales –principalmente en las fábulas de su Bestiario– el escritor practicó el microrrelato, género al que regresó en 1971 con Palindroma. La feria, su única novela (Premio Xavier Villaurrutia 1963), es una novela fragmentada, en la que, con un lenguaje sencillo pero extremadamente cuidado, retrata la colectividad de Zapotlán, su pueblo natal. Para algunos críticos, este libro resume perfectamente los temas y el estilo de Arreola.

En 1964 se inició como profesor en la UNAM. Poco conocida es su participación secundaria en la película Fando y Lis de Alejandro Jodorowsky, filmada en 1969, una cinta prohibida en México durante muchos años.

En la década de 1970 Arreola incursionó en la televisión, primero para el canal 13 estatal y luego para otras televisoras. Fueron las suyas participaciones polémicas debido a la extravagancia que acostumbraba –se presentaba con capa y bastón a algunas de las conversaciones–, pero que amplió el número de sus admiradores. En la misma década dedicó también su tiempo al ensayo con La palabra educación (1973) y con el libro Y ahora la mujer (1975). En 1977 se le condecoró con el Premio Nacional de Periodismo y dos años después con el Premio Nacional de Letras.

Universidad de México o Siempre!, entre otras. Sobre esto, el escritor expresó: “Tal vez mi obra sea escasa, pero es escasa porque constantemente la estoy podando. Prefiero los gérmenes a los desarrollos voluminosos agotados por su propio exceso verbal”. A lo largo de la década de 1980, Arreola dejó de publicar durante largos lapsos, aunque no completamente, pues era frecuente su participación en revistas tales como Universidad de México o Siempre!, entre otras. Sobre esto, el escritor expresó: “Tal vez mi obra sea escasa, pero es escasa porque constantemente la estoy podando. Prefiero los gérmenes a los desarrollos voluminosos agotados por su propio exceso verbal”.

Cerca del final de su vida llegaron otros reconocimientos: los premios Juan Rulfo, Alfonso Reyes y López Velarde; en 1992, la Universidad de Guadalajara creó el Centro de Investigación Teatral Juan José Arreola; en 1996, la Universidad de Colima lo nombró Doctor Honoris Causa; para 1999 se construyó el Centro de Escritores Juan José Arreola. A los ochenta años de edad fue nombrado hijo predilecto de la ciudad de Guadalajara, donde murió el 3 de diciembre de 2001.

Su legado

A raíz de los primeros libros de Arreola, muchos lo criticaron fuertemente por lo que llamaban su “distanciamiento de los problemas del país”; pero al paso de los años fue reconocido como uno de los primeros escritores en abandonar el realismo, mediante el uso de su fantasía y su gran cultura. De ahí que sea considerado, junto con Jorge Luis Borges, maestro en el híbrido género de cuentos que acuden al formato del ensayo como parte sustancial de su creación.

Algunas de las características básicas de Arreola son el humor y la creación de atmósferas absurdas: esta última vertiente lo acerca a Kafka, uno de sus escritores predilectos. La influencia más clara del escritor checo en la obra del narrador mexicano puede analizarse en el cuento “El guardagujas”, quizá el más conocido de Arreola.

Otro de los temas predominantes en su obra es la mujer, aunque muchas veces se le acusó de misógino. Al respecto, Arreola cuenta: “de alguna manera, mi acercamiento a la mujer, y mi acercamiento a la creación literaria, están envueltos en el mismo temor. El acto de la creación, cuando ésta es auténtica, resulta devorador. Yo temo y amo el amor y la literatura, los temo a los dos”.

La parábola del trueque. Otro tema es el de la decadencia física” Protagonistas de la literatura mexicana, Alfaguara, 2005). Arreola, Juan Rulfo, y posteriormente Carlos Fuentes, son los iniciadores del nuevo cuento mexicano surgido a mediados del siglo XX. Los cuentos de Arreola adoptan distintas formas no clásicamente literarias: la epístola, el ensayo, el recetario, la nota periodística, el cuestionario, la entrevista, el manual de instrucciones, la alegoría, el anuncio publicitario, la crónica o el diario. Sobre sus temas, le confesó a Emmanuel Carballo: “El tema esencial es la convivencia y la imposibilidad del amor. También el aislamiento y la soledad. El problema de la convivencia lo trato en La parábola del trueque. Otro tema es el de la decadencia física” (Protagonistas de la literatura mexicana, Alfaguara, 2005).

Para el crítico español Luis Miguel Madrid, la escritura de Arreola no sólo abrió el paso a la modernidad, sino que también se acercó a lo post-moderno, “que haría de lo fragmentario el elemento básico de su estética”. Para Jorge Luis Borges, lo más importante en la obra de Juan José Arreola era su libertad para ejercer “una ilimitada imaginación, regida por una lúcida inteligencia”.

Su obra, así, se halla entre lo narrativo y lo poético; explora los límites de la palabra y agudiza la experimentación en cada texto, y en la conmemoración de los 90 años de su nacimiento es aún de extrañar que no sea un escritor con más trascendencia fuera de nuestro país: con él se da en nuestra narrativa un enorme salto creativo en los temas y en la forma –que para Arreola era esencial– de contar historias. Sin embargo, como escribe Adolfo Castañón en El reino y su sombra, “no hemos terminado de leer a Juan José Arreola”.

Y leerlo equivale a entender que no fue sólo un fabulador, un prestidigitador del lenguaje o un personaje excéntrico de la literatura mexicana. Leerlo significa descubrir al artista, pero ante todo, al hombre de carne y hueso que revela en sus ficciones lo que ya han señalado tantos de sus críticos: el drama de la existencia y sus interrogantes. En cada uno de sus cuentos, y eso es lo que aún lo mantiene vivo, subyacen las interpretaciones, sean morales, teológicas, o simplemente irónicas de la vida.