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“Muy pronto me di cuenta de que me gustaba inventar historias, situaciones, recrear personajes. Inventar primero y ganar la atención del lector después, se convirtió en una meta que podía llenar buena parte de mi existencia. En pocas palabras: repetir en la sensibilidad de mi supuesto lector lo que las grandes novelas habían hecho conmigo”, dice el escritor Luis Arturo Ramos al ser entrevistado.

 

 

Como parte del ciclo Protagonistas de la Literatura Mexicana, se reconocerá la trayectoria de Luis Arturo Ramos por medio de una charla en la que participarán los escritores José Homero, Enrique Serna, Vicente Francisco Torres y el autor. Domingo 7 de octubre a las 12:00 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

Ramos se ha consolidado como uno de los narradores más importantes de México. Su fascinación por el puerto de Veracruz, lugar que le vio nacer, lo llevó a crear personajes entrañables y escenarios sugerentes.

Jesús Gardea, Luis Zapata, Hernán Lara Zavala, Alberto Ruy-Sánchez, María Luisa Puga y Silvia Molina, entre otros, pertenecen a la misma generación de Luis Arturo Ramos, con quienes asegura que la afinidad estriba en sus diferencias.

“Creo que la generación a la que pertenezco no podría entenderse a cabalidad sin la participación de la literatura escrita por mujeres. Todos teníamos, y creo que seguimos teniendo, un proyecto personal originado en el incuestionable derecho de escribir acerca de lo que se nos antojaba. Nuestra literatura fue producto de una necesidad personal. Por otra parte, la ‘semejanza’ se origina en la calidad que yo aprecio en sus obras. Lo he dicho y lo repito: mi generación no palidece ni se sonroja con las comparaciones. Aportamos en la medida de nuestros intereses a eso llamado literatura mexicana. El lector resulta siempre el mejor juez”.

Su primera novela, Violeta–Perú (1979), tuvo buen recibimiento y ganó el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima para Obra Publicada en 1980. Está construida sobre la base de una serie de relatos que el personaje recuerda mientras bebe de una botella de tequila, explica el escritor: “Es, pues, una novela construida con cuentos que valen por sí mismos, aunque todos potencian su efecto cuando se leen como parte de una totalidad y colocados sobre el andamiaje provisto por la ruta del camión. Así nació Violeta-Perú, como producto de mis viajes de la periferia del Distrito Federal al centro en el camión que da nombre a la novela”. 

“Padecí la peregrinación por las editoriales con mi primer volumen de cuentos. Todas me negaron la publicación aduciendo que el cuento no vendía. Que mejor les trajera una novela. Ni de viejo me siento afianzado como escritor. Sigo padeciendo las mismas peregrinaciones y similares rechazos a mis novelas. Ahora el argumento es que mis novelas no son comerciales”, menciona el escritor.

 En su obra ha formado parte importante la Historia, y cuenta de ello es su conocido Tríptico Veracruzano, que inició con la publicación de Intramuros (1983), donde habla de los refugiados que llegaron a Veracruz después de la guerra civil española. Le siguió Este era un gato (1988), con un exsoldado invasor norteamericano que regresa a Veracruz como protagonista. Con La mujer que quiso ser Dios (2000) dio por finalizados sus trabajos que hablan de vidas en el puerto que lo vio nacer.

“Todas mis novelas están estructuradas sobre la base de dos presencias fundamentales en todo individuo: la historia personal y la nacional. Somos producto de ambas y cada una determina la otra. Asumimos los acontecimientos nacionales desde la perspectiva doméstica y a la inversa. Las grandes novelas universales se basan en esta alquimia vital, vigente y todopoderosa”.