• La guionista de películas emblemáticas se presentará en el ciclo Mujeres de letras
  • Estará acompañada por Myriam Laurini, el martes 7 de junio a las 19:00 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes; entrada libre

 

La labor creativa de Paz Alicia Garciadiego la coloca como una de las escritoras más valoradas del cine nacional de las últimas décadas. La guionista de películas emblemáticas como Profundo carmesí (1996) y El imperio de la fortuna (1986) ha sido invitada al ciclo Mujeres de letras, el martes 7 de junio a las 19:00 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, donde estará acompañada por Myriam Laurini. La entrada será gratuita.

 

Paz Alicia Garciadiego cursó letras españolas y estudios latinoamericanos en la Universidad Nacional Autónoma de México. Sin embargo, la vida la llevó por otro camino. Como guionista cinematográfica ha creado a personajes entrañables del cine mexicano, aquellos que salen de los barrios populares de la ciudad sin temor a decir lo que piensan y sienten.

  • La guionista de películas emblemáticas se presentará en el ciclo Mujeres de letras
  • Estará acompañada por Myriam Laurini, el martes 7 de junio a las 19:00 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes; entrada libre

La labor creativa de Paz Alicia Garciadiego la coloca como una de las escritoras más valoradas del cine nacional de las últimas décadas. La guionista de películas emblemáticas como Profundo carmesí (1996) y El imperio de la fortuna (1986) ha sido invitada al ciclo Mujeres de letras, el martes 7 de junio a las 19:00 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, donde estará acompañada por Myriam Laurini. La entrada será gratuita.

Paz Alicia Garciadiego cursó letras españolas y estudios latinoamericanos en la Universidad Nacional Autónoma de México. Sin embargo, la vida la llevó por otro camino. Como guionista cinematográfica ha creado a personajes entrañables del cine mexicano, aquellos que salen de los barrios populares de la ciudad sin temor a decir lo que piensan y sienten.

 

Si Garciadiego opta por historias de los bajos fondos para contar es meramente porque son más fotografiables, una señal de que tiene bien clara su labor: la de escribir mientras piensa en cómo su historia será proyectada en las salas de cine.

 

“A Mentiras piadosas (1989) la imaginé en la clase media, pero luego pensé: ‘¿Cómo sería una historia de celos en la clase media?’. La gente va al psicólogo y habla de inspiraciones en vez de pasiones; se muerde la lengua; dice verdades a medias. En cambio, la clase baja me permite llamarle al pan, pan y al vino, vino; expresar los sentimientos en voz alta, y no solo así, sino a gritos”, comenta en entrevista con la Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes la creadora que llegó al guionismo cinematográfico de manera fortuita.

 

“Por azares del destino me di cuenta que existían guiones”, dice al recordar aquella vez que escuchó su primera radionovela. Primero fue guionista de historietas de novelas clásicas del siglo XIX y después llegó a la televisión cultural, donde se relacionó profesionalmente con una persona interesada en que ella escribiera un guion sobre la muerte de la actriz Lupe Vélez y otro sobre cocina mexicana. Se trataba de Arturo Ripstein.

 

“Nunca se llegaron a filmar, pero pasaron meses y un día me invitó a escribir la adaptación de El gallo de orode Juan Rulfo. Estaba aterrada, con pánico… sobre todo da pánico que la buena suerte toque a tu puerta. Uno dice: ‘¡Qué tal si no es cierto!’. Fue mi primera película”.

 

Este trabajo no fue fácil, pues tenía frente a ella la responsabilidad de adaptar una historia de uno de los escritores mexicanos más importantes del siglo XX. “Mi principal aprendizaje es que tuve que asesinar a Rulfo en el texto”, explica Garciadiego al recordar las directrices sugeridas por Arturo Ripstein sobre este trabajo: “No quiero mariachis, detesto los mariachis”.

 

Así que ella hizo lo propio y le dio identidad a esa historia. “¿Y qué debo hacer para asesinarlo? Arrebatarle la historia y hacerla mía. Lo que yo quise fue pintar un México no como las hermosísimas fotos de Rulfo, de este México muy a lo Gabriel Figueroa, sino del que estaba alrededor mío desde que yo recuerdo, que es el invadido por el poliéster, un México imbricado con la ciudad”.

 

Paz Alicia salió airosa de esta empresa titulada El imperio de la fortuna, sobre todo si se compara con los escritores con quienes Ripstein había trabajado en sus películas anteriores, toda una pléyade de plumas de primera: José Emilio Pacheco, José Donoso y Vicente Leñero, por mencionar algunos. Y no solo eso: ella también logró dotar de una nueva identidad al cine hecho por quien también es su esposo. “Una vez iba a trabajar con un cineasta español, le entregué la sinopsis y me dijo: ‘Está muy ripsteiniano’. ‘Pues claro, no soy ajena, soy parte de’, le contesté”.

 

Si en el imaginario existe actualmente el concepto de  ripsteiniano, en gran medida se debe a Paz Alicia Garciadiego. ¿Cómo lo definiría?, se le inquiere. “Como la belleza de lo sórdido”, contesta, y asegura que desde que comenzó a trabajar con Ripstein, su cine cambió. “Básicamente lo sé porque todos los analistas de cine lo marcan como un eje capital. Los personajes que aparecen en las películas que hemos hecho juntos son más complejos y ambivalentes. La cohabitación entre el pecado y la culpa, en el caso de las cintas que hemos hecho juntos, está muy palpable y marcado”.

 

Guiones propios y otros muchos adaptados son parte de la veta creativa de esta mujer, quien no hace distinción entre el guionismo y la literatura: “Ambos son absolutamente creación”, defiende ante quienes piensan que la profesión que ella ejerce posee menos prestigio. “Es otro género literario cuya variante es que la finalidad última es convertirse en película. Esa es la diferencia. Pero como creación, como gestación de una historia, es lo mismo. Uno lo puede escribir bien o mal, como alguien puede hacer buena o mala literatura”. Y lo deja bien claro: “Yo me considero escritora, no cineasta”.

 

Al crear, agrega, “no pienso en los temas, sino en la historia. Hablar sobre los temas es paralizante. Más bien cuento las historias que quiero contar”, aclara, y rápidamente recuerda sus largometrajes más entrañables, entre ellos Mentiras piadosas. “Uno recuerda las películas con cariño, más que por los resultados, por los avatares que existieron durante la filmación y, más concretamente, por las dificultades. Un filme que haya costado trabajo levantar, uno lo recuerda con muchísimo cariño siempre”.

 

Sobre sus personajes, concluye: “Todas y todos tienen parte de mí y ninguno soy yo. Todos tienen momentos míos. Todos”.