• Celebración colectiva por su obra y por su enseñanza de profundo sentido humano

  • “Soy un cementerio sin tumbas,/ un animal de luz acorralado/ por sus errores y su follaje.” (Homenaje al amanecer)

  • Domingo 26 de agosto, a las 12:00 horas, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes

Hernán Lavín Cerda es Protagonista de la Literatura Mexicana en una nueva sesión del ciclo organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). La cita es el domingo 26 de agosto a las 12:00 horas en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, con la participación de Fernando Corona, Héctor Carreto, José Ángel Leyva, Guiuseppe Amara y el poeta.

 

Para reconocer al también ensayista, cuentista y traductor nacido en Chile y nacionalizado mexicano, se reunirán escritores y académicos que compartirán con el público su experiencia como lectores y estudiosos de su obra.

 

El doctor Giuseppe Amara, amigo cercano del poeta homenajeado, explica en entrevista que Hernán Lavín Cerda llegó de Santiago de Chile a México en octubre de 1973 después de la caída del presidente Salvador Allende, ya que formaba parte de su gabinete como vocero de la presidencia por ser jefe de Prensa de su gobierno.

 

En los días dramáticos, luego del golpe de Estado comandado por Pinochet y del asalto a la Casa de la Moneda, Lavín Cerda y su esposa Nora se refugiaron en la Embajada de México en Chile, cuyo embajador, el ingeniero Gonzalo Martínez Corbalá, desempeñó un papel crucial para que muchos chilenos salvaran la vida en el exilio.

 

Lavín Cerda fue tolerante, comprensivo ante lo “irracionalmente” humano; nunca tuvo un desahogo contra el régimen del dictador y siempre mostró una actitud muy modesta de aceptación del destino, de la vida, no por conformista ni por miedo, sino por una sabia visión que sabe disculpar a los otros. Ya en México, se acogió a esta tierra como propia y la UNAM le abrió sus puertas para que diera cátedra, refiere el psicoanalista Amara.

 

Y agrega: “Siempre ha mostrado una personalidad muy imparcial, nunca le he oído una crítica nefasta hacia nadie, en una actitud que busca encontrar las razones para el comportamiento del otro.

 

En esa época de su llegada a México y de contacto con amigos exiliados, el doctor Amara conoció a Lavín Cerda en tertulias donde detectó que su admiración hacia los otros, hacia los grandes literatos incluso, no está basada en su inteligencia, fama o cosas por el estilo, sino porque el poeta reconoce el bien que hace la persona, la bondad del escritor, por encima de cualquier otro detalle, actitud que ha podido confirmar Amara a lo largo de sus años de amistad.

 

Añadió Amara que el maestro tiene una personalidad irónica, pero no sarcástica, no destructiva, que ha quedado manifiesta en muchas ocasiones en reuniones lúdico-literarias, donde ambos han dado curso a la asociación libre de imágenes: el resultado ha sido (como se demuestra en su poesía y en sus ensayos) disparates, en los que no hay una falta de respeto, sino más bien un juego encomiable sobre todas las cosas de la vida: “Para mí ha sido una gran enseñanza, porque me ha mostrado ese arte de reír de las cosas de la vida”.

 

El dramatismo introspectivo terrible que hace vibrar en Huidobro y la solemnidad, grandeza y majestuosidad de Neruda hacen emerger a un Nicanor Parra, antítesis de los dos. Hernán, afirma Amara, se sitúa entre esos dos polos, se acerca a Gonzalo Rojas. Por un lado, está la gran capacidad literaria sin duda alguna, su gran flexibilidad y dominio del idioma. Y por otro lado, la actitud de juego continuo, iconoclasta, que hace un juego dialéctico, sin que sea algo político-marxista ni mucho menos: sí del ser y del desaparecer, de la grandeza y lo pequeño. También manifiesta una “locura” propia, es decir, un juego creativo, una audacia lingüística con libre asociación de palabras que no termina nunca, un juego de contrastes con imágenes inusitadas que no dejarán de sorprender al lector.


Hernán Lavín Cerda nació en Santiago de Chile en 1939. Es licenciado por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, desde 1965. Premio Vicente Huidobro 1970 por La crujidera de la viuda. Becario en el Taller de Escritores Jóvenes, dirigido por Enrique Lihn en la Universidad Católica. Pertenece a la generación del 60, conocida como la generación violentada, disgregada, o del exilio.

 

Desde 1974 es profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en el área de Letras Hispánicas. Dirigió el Taller de Poesía del INBA en la Capilla Alfonsina (1975 a 1979). Integrante de la Academia Chilena de la Lengua. Ha publicado alrededor de setenta libros de poesía, ensayo y narrativa de ficción. Ha sido traducido al alemán, inglés e italiano.

 

Algunas de sus obras más recientes son Adiós a las nodrizas o el asombro de vivir. Obras casi escogidas (1992), La sonrisa del Lobo Sapiens (1995), Alabanza de aquel vuelo y otras visiones (1996), Historia de aquel verano en Valparaíso (1997), Nuevo elogio de la locura (1998), Música de fin de siglo (1998), La sabiduría de los idiotas (1999), La noche de las transfiguraciones (2000), Tal vez un poco de eternidad (2004), La muerte del capitán Carlos García del Postigo (2005), La sintomatología y otros palos de ciego (2006), La Sublime Comedia (2006), La sonrisa de Dios (2007), Confesiones de Hernán Cortés y otros enigmas (2008), Visita de Woody Allen a Venecia (2008), La música del pensamiento (2009), La belleza de pensar que la palabra perro no muerde (2009), Alabanza del amor (2010), y Dionisia Buffon es y no es una cosa muy seria, poesía y narrativa (2010).