Autorretrato con gato en Portales

por Carlos Monsiváis

En 1989 Armando Lara Anguiano envió a uno de sus reporteros a hacer una semblanza de Carlos Monsiváis para publicarla en la sección “Señoras y señores” de la revista Contenido. Puesto que esa sección prescindía del formato pregunta-respuesta (Ayala aspiraba a que sus colaboradores hicieran retratos capoteanos), el enviado consideró innecesario llevar una grabadora a la cita. Monsiváis, que es todo frases, reparó de inmediato en la ausencia de este instrumento; debió advertir que el reportero era demasiado torpe, estaba demasiado nervioso, y en vez de resignarse a perder la tarde dictando, arguyó con amabilidad que por el momento se hallaba “un poco lento” y pidió que se le entregaran las preguntas por escrito.

El reportero tampoco había llevado preguntas, sólo un conjunto de temas sobre los que esperaba conversar. Sintiéndose miserable, desprendió de la libreta una hoja llena de tachaduras, y después de entregársela al Maestro (que acariciaba a un gato gordo que se le había subido a las piernas), salió a la calle y caminó por Portales (con vergüenza, cólera, impotencia, toda la furia de sus ¿veinticinco? años).

Al día siguiente, a las dos de la tarde, Monsiváis entregó, en la puerta de su casa, las respuestas. Como se trataba de hacer una “semblanza”, el cuestionario que contenía sus declaraciones nunca se publicó. Es un autorretrato de Monsiváis: la imagen que hizo de sí mismo ese año en que el socialismo caía y él cruzaba la frontera de los cincuenta (Héctor de Mauleón)

1. Los años verdes. Niñez, adolescencia.
R: Pregunta insinuada, respuesta telegráfica: niñez libresca, desarrollo de sentimientos de marginalidad (motivo: religión protestante), escuelas públicas con maestros cardenistas y comunistas, ingreso en la Juventud Comunista (incomprensión del marxismo que persiste hasta la fecha), lecturas obligadamente caóticas, incomprensión de toda realidad ajena a los libros, radicalización sentimental, preparatoria en el barrio de San Ildefonso, precoz descubrimiento del sexo en el estudio de México a través de los siglos. Convicción prematura de que origen religioso no permitirá arribar a Primera Magistratura, convicciones ideológicas nutridas en la audición mística del Hit Parade, posposición hasta la edad madura de enamoramientos adolescentes.

2. El “joven sabio”. Lecturas, experiencias.
R: Ignoro si ese “Joven Sabio” existió alguna vez. De lo que puedo dar fe es de mis atmósferas predilectas: las bibliotecas semivacías de las escuelas, las librerías de viejo; el cine Estrella con su programación doble de la MGM que me permitieron entender la grandeza de la comedia musical; el cineclub del IFAL donde aprendí el aburrimiento estoico contemplando ciclos de cine francés “poético”, el teatro Margo, donde el mambo me electrizó y me recordó que en materia de bailes yo era paralítico; Santa María la Redonda a partir de las once de la noche; la literatura anglosajona (de Wilde a Isherwood pasando por George Eliot); la militancia política, que básicamente consistía en reuniones eternas donde nos preparábamos con valentía para otras reuniones eternas, el aprendizaje de la cultura priísta por contagio, la lectura de la historia que seguía como fanático de serie de episodios.

3. Coordenadas ideológicas.
R: Fui y creo seguir siendo liberal radical, o demócrata liberal. Nunca he sido marxista deliberadamente aunque, como todos en México, soy culturalmente una mezcla de marxismo, agnosticismo (hasta semanas antes de la muerte), cristianismo (hasta una semana después de la muerte), fe individualista y certezas socialistas. Como nunca fui marxista -le tuve miedo a tanta doctrina- nunca me resultó convincente mi dogmatismo, y si de algo tengo que arrepentirme, es de no tener demasiado de qué arrepentirme, en lo que a convicciones se refiere. Sostengo ahora, con los matices y reacomodos indispensables, lo mismo que sostenía hace treinta años. No creo en los regímenes de fuerza, ni en el autoritarismo, ni en que una persona decida por todas, ni en la impunidad de la clase gobernante, ni en la pobreza como hecho natural, ni en la aristocracia mexicana (pulquera o presupuestera), ni en el sacrificio de las generaciones en medio del glorioso bien de quienes le imponen a los demás los sacrificios. Y soy más optimista ahora que hace treinta años, porque ahora sé que los malvados, los explotadores, los represores, sólo tienen éxito y felicidad mientras viven (antes creía que en el cielo también reprimían las manifestaciones de protesta).

4. La vocación del periodismo.
R: Me inicié en el periodismo cultural en Medio Siglo, revista estudiantil que dirigían Porfirio Muñoz Ledo y Fernando Zertuche, en Estaciones, que dirigía el doctor Elías Nandino, y en el suplemento México en la cultura de Novedades, que dirigía Fernando Benítez, de quien he sido y seré colaborador permanente. Gracias a las revistas conocí el medio intelectual, a los 400 cultos de la época, un medio homogéneo y con altísima vida social. Y gracias a Fernando Benítez aprendí (digo, es un decir) el significado del periodismo cultural, que en los años cincuenta todavía era novedad a escala nacional, y que Benítez concebía como un periodismo polémico, muy al día, partidario del star system. (¡El escritor, el pintor, el músico, como estrellas de pantalla!). En el periodismo cultural uno aprende echando a perder las expectativas que tienen los lectores de hallar materiales gratos, y los lectores aprenden echando a perder los sueños de reconocimiento que uno tiene, experiencia que a lo mejor me fue útil (si las experiencias sirven de algo fuera del currículum íntimo) en los 25 años que pasé en el suplemento La cultura en México, quince de ellos fueron haciendo las veces de coordinador.

5. Monsiváis en el 68.
R: El 26 de julio en la tarde fui testigo (aterrado) de la represión que inició el movimiento estudiantil, y del placer de los agentes al administrar golpizas como lecciones de civismo. A partir de ese momento, decidí apoyar al Movimiento y lo hice como pude a lo argo de esas semanas y meses donde se iba con tanta facilidad del sentimiento épico a la histeria, de la convicción al rumor, de la alarma al compromiso moral refrendado. Participé en la coordinación de la Asamblea de Intelectuales y Artistas en apoyo al Movimiento Estudiantil, coordiné esos meses el suplemento La cultura en México que apoyó número a número a los estudiantes; fui a  cientos de reuniones, reuní firmas para decenas de manifiestos, intenté hablar (sin conseguirlo) en una asamblea, produje en Radio Universidad el programa oficial del Movimiento Estudiantil (duró poco), y escribí guiones para una serie paródica, El cine y la crítica. La actividad frenética, el vivir leyendo periódicos y convirtiendo a cada uno de tus interlocutores en periódico, me radicalizó al punto de que luego de la matanza de Tlatelolco, al ver la perfecta indignidad del Sistema (todos incluidos), y el aplauso de las Fuerzas Vivas a Díaz Ordaz, caí en el desencanto más severo que recuerdo, que me duró por lo menos dos años. Resentí agudamente el mensaje jactancioso del Sistema: impunidad absoluta a mediano plazo, y el juicio histórico se lo regalo a mis descendientes. Después, advertí las numerosas consecuencias positivas del 68, pero no me fue fácil (no me es fácil) asimilar las imágenes de ese año.

6. ¿Por qué la crónica?
R: Es un género literario y periodístico que se presta a todo: a la objetividad y a la subjetividad; al minitratado y al desmadre; a la denuncia y a la frivolidad; a la descripción de las tediosas volteretas del PRI y de la confiable renovación del Maromero Páez; a la política y al jogging, a la “pereztroika” de un solo hombre en la cúpula y a la “pereztroika” de millones de personas en las plazas y en las urnas. El género es muy fértil, y lo demás va por cuenta de uno.

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* Texto publicado en el suplemento Confabulario, núm. 10, el 26 de junio del 2004.