René Avilés Fabila

por Elda García

La mañana transcurrió como de costumbre en la Colonia Narvarte: con una constante mezcla de ruidos urbanos y motores. La calle Yácatas en el número 242 exhibe un gran búho en la entrada, señal de que se ha llegado a una de las grandes fortalezas dedicadas a la difusión e investigación literaria: La Fundación René Avilés Fabila.

Ahí dentro, se resguardan cerca de 15 mil libros, además de numerosos dibujos de búhos e incluso algunas vitrinas de lo que algún día será el Museo del Escritor. En su segundo piso, inmediatamente se localiza la oficina del presidente-fundador: René Avilés Fabila.

“Un escritor que para mantenerse recurre al periodismo y a la vida académica”, dice. Es autor de libros que abarcan temas políticos, amorosos y fantásticos. A sus 65 años asegura que su obra se ha nutrido de escritores como Kafka, Swift, Borges, Allan Poe, Sábato, Marx, Engels y Lenin. Sin embargo, entre sus maestros reconoce a Juan Rulfo, Juan José Arreola, Rafael Solana y Francisco Monterde.

En el 2002 creó la fundación que lleva su nombre con el objetivo de que algún día ésta se convierta “en un centro de apoyo para los jóvenes escritores”. Cada mes edita cinco mil revistas de El Búho, ejemplar de distribución gratuita.

No es un escritor nocturno, prefiere escribir temprano. “Cuando trabajo es en total soledad y concentración en la computadora. El tipo de literatura que hago, pienso en los cuentos no en las novelas, a veces exige total precisión”.

Empezó a publicar a principios de la década de los años sesenta, al tiempo que José Agustín, Alejandro Aura, Andrés González Pagés y Elsa Cross. Escribió en la revista Mester dirigida por  Juan José Arreola. “Era una revista de calidad, muy bonita y dirigida por uno de los más grandes escritores de México”.

— ¿Fue difícil introducirse al mundo literario presentando una nueva propuesta de escritura en un momento en el cual las tendencias eran muy tradicionalistas? De alguna manera los escritores de su época  fueron señalados como la Generación de la Onda.
—No fue difícil. Era un momento de transición. Era un momento en que la literatura mexicana comenzaba a hacerse urbana, dejaba de ser rural. En ese sentido nosotros éramos escritores formados en la Ciudad de México, de tal manera que íbamos a escribir un tipo de literatura completamente urbano. Llamó la atención del público lector que los personajes fueran jóvenes y empezaron a solicitarnos con toda facilidad y rapidez. No recuerdo haber oído que alguno de mis compañeros tuviera problemas para editar un libro.
Es posible que ahora sea más difícil. Aunque hay más editoriales, hay más escritores y el número de lectores no es tan grande. Entonces los tirajes son muy pequeños y los escritores buscan la manera de editar su trabajo en pequeñas editoriales marginadas.
La denominación de la onda, que Marco Glantz inventó no fue para etiquetarnos, sino para acusarnos. Efectivamente lo presentó como una acusación. La onda, los que escriben mal, los que escriben sin respeto a la puntuación, a los valores tradicionales, con personajes jóvenes, uso del lenguaje coloquial abusivamente. En fin, todo eso llamó más la atención sobre nosotros.

— ¿Cómo fue su entrada al ambiente periodístico?
—Poco después de haber comenzado a publicar cuentos y pequeños artículos culturales ingresé al periódico El Día. En 1962 y 1963 era muy importante. Un periódico de intelectuales, de artistas, de académicos, era un periódico progresista, con un proyecto distinto a todos los periódicos tradicionales como El Excélsior, El Universal, Novedades. Ahí empecé a escribir, creo que también José Agustín, en la sección cultural que dirigía Enrique Ramírez y Ramírez fundador y director.
De ahí me mandaron a hacer mi primera entrevista. Recuerdo que se la hice al entonces director de la Facultad de Ciencias Políticas, que era Enrique González Pedrero. Poco después, en el 64 y 65, entré al suplemento cultural de la revista Siempre!, que dirigía Fernando Benítez. Empecé haciendo periodismo cultural, después fui pasando al periodismo político.

—Durante su estancia en El Excélsior  sus artículos eran ya de contenido absolutamente político…
—Empecé en el unomásuno. Yo fui uno de los fundadores del Uno más uno y ahí me convertí en un editorialista político, un articulista de fondo político. Luego me fui al Diario de México, donde estuve un año y medio. Luego me llamaron al Excélsior, para ese entonces era un periódico muy importante y el de mayor venta en México. Estuve cerca de 15 ó 20 años dirigiendo la sección cultural y el suplemento cultural El búho que yo fundé. Ahí fue donde me hice más conocido como periodista.

¿El intelectual debe asumir un papel que conlleve un compromiso político?
–Sí, yo creo que por lo menos como ciudadano tiene que cumplir con una serie de obligaciones. Si el intelectual no quiere participar en política está en lo suyo. La política en México está muy envilecida, los partidos políticos verdaderamente chapotean en el puro fango. Todos sin excepciones. Todos los días desayunamos con un nuevo escándalo de tal o cual partido, tal o cual dirigente. Entonces yo creo que en efecto esto puede asquear al artista, pero no puede evadir que hay una responsabilidad que tiene que contribuir a que eso sea eliminado. Su obra puede no reflejar ninguna preocupación política, puede no tener que ver con la realidad inmediata, pero como ciudadano tiene compromisos que cumplir como cualquier otro.

— Como columnista René Avilés criticó fuertemente al PRI.
—Al PRI, al PAN y al PRD.

—De alguna forma siempre había usted rehuido del poder hasta que en el año 2000 participó en el extinto PARM (Partido Auténtico de la Revolución Mexicana)
—Fue una infortunada excursión con Porfirio Muñoz Ledo. Él como candidato a la presidencia y un grupo de amigos suyos como candidatos a distintos puestos de elección popular, pero él simplemente prestó el registro al PARM, como se lo prestó a Cuahutémoc Cárdenas en 1988 y Cárdenas no fue parmista. Yo sólo he estado afiliado al Partido Comunista Mexicano durante 20 años.
Fue una infortunada decisión porque Porfirio a medio camino dio marcha atrás, se fue con Fox y todos los amigos que estábamos ahí nos quedamos colgados de la brocha. Todos renunciamos a los cargos futuros. No había ninguna posibilidad. La posibilidad era que Muñoz Ledo alcanzara un alto porcentaje de la votación y esto era muy difícil. Él lo vio así y huyo dejándonos colgados de la brocha.

— ¿Cómo percibe usted a la izquierda mexicana?
—Realmente no hay izquierda, lo que hay es un partido que dice ser de izquierda, pero yo no veo ninguna diferencia entre los priístas y López Obrador. ¡Que da dinero, que ha hecho algunos puentes!, otros hicieron el metro, ejes viales. Que reparte dinero, ¡claro!, pues no es suyo, pero ¿Dónde está el proyecto alternativo?
La izquierda yo entiendo que tendría que evitar al capitalismo, tendría que salir de la economía de mercado en la que vivimos. En el programa de López Obrador y del PRD no hay absolutamente nada que rompa el esquema que trataron los priístas desde hace mucho tiempo. ¿O va a romper con el Tratado de Libre Comercio?

— ¿Es sano para la democracia el voto en blanco?
—Por supuesto, porque uno va y vota. Uno cumple con el compromiso que tiene de ir a votar. ¿Por qué voy a votar por alguien forzosamente si ninguno me convence?, pero sí tengo la obligación de ir a votar. Yo invitaría a votar en blanco.

—Los primeros libros que escribió tenían gran contenido político: sátira y crítica. Posteriormente, toca el tema amoroso y luego viene su época fantástica.
—Primero empecé escribiendo fábulas y pequeños cuentos muy al estilo de Arreola y Kafka. Muy al estilo de la fábula tradicional, nada más que yo no lo hacía en verso ni le daba moraleja. Luego estuve excesivamente politizado, estaba en la juventud comunista, eso me lanzó a buscar literatura de choque, muy crítica. Resultaron libros como Los Juegos y El Gran solitario del Palacio.
Luego empecé a escribir novelas y cuentos de amor. Era una vieja obsesión que yo tenía y es dónde me siento realmente muy cómodo. Ahora he dejado prácticamente la política, no me interesa más. Me he concentrado en escribir cuentos fantásticos.

—En los libros que tocan el tema amoroso como Tantadel y la Canción de Odette parece  que René Avilés presenta un gran porcentaje de experiencia propia
—Muchos libros parecen autobiográficos. El más reciente, El reino vencido, durante la presentación me insistieron en que era un libro autobiográfico. Creo que la mayor parte de los escritores partimos de nuestra propia experiencia, de nuestro propio conocimiento, de la forma en que observamos el mundo y a los demás, pero eso va sufriendo modificaciones, muchas y muy profundas…Vargas Llosa lo explica muy bien en La verdad de las mentiras, un ensayo brillante de cómo se toma la realidad real y pasa a ser una realidad literaria.

—En particular esos dos libros están muy vinculados, ambos hablan de una misma persona que se puede llamar Silvana o Tantadel. Da la impresión de que ese personaje debió ser real.
—Tantadel está construida con tres mujeres que observé cuidadosamente, más lo que inventé. Silvana estaba destinada a ser el personaje principal, pero de pronto Odette fue tan grande que se la comió. Odette era un modelo que estaba muy distante, una mujer muy bella, muy codiciada en su época, muy rica, que conocí cuando tenía 22 o 23 y ella era una mujer de 50 años.  Cuando ella murió me había impresionado tanto su vida, su forma de ser, su facilidad de cambiar de pareja que decidí usarla, pero (en la novela) está muy cambiada. Cuando la hija leyó esa novela no reconoció a su mamá.

¿René Avilés cree en la inspiración?
—No, no creo en la inspiración. Si no creo en la existencia de Dios, ¿cómo voy a creer en las musas? Uno está trabajando constantemente, lee para escribir, va a un museo para escribir, oye música para escribir.  Hay veces que sueño historias y entonces me levanto a escribirlas, pero no es que las sueñe porque la musa las dictó, sino porque estoy obsesionado con un libro. Pienso en la estructura, los personajes, cómo tienen los ojos, el cuerpo, qué edad tiene, que características. De repente aparecen en cascada las historias.
Acabo de terminar un libro que se llama El Evangelio según RAF, en donde hay  52 cuentos que son versiones diferentes de la Biblia. Entonces volví a leer la Biblia y tuve que leer desde los apócrifos hasta Saramago. Tenía constantemente que estar buscando precisiones e imaginando, porque hice la Biblia a mi modo. La leí de niño, mis padres eran católicos. Ahora entiendo para que me sirve: para hacer literatura. Trabajo constantemente y la musa canalla no se aparece nunca.

— ¿Qué cuadros han despertado en usted la inquietud por escribir algunos cuentos?
—Hay varios cuentos que están basados en cuadros, en donde hay incluso la precisión del cuadro y el autor. Hay cuadros que me han llamado mucho la atención, como uno de Picasso que se llama Minotauromaquia, que escribí como cuento y utilicé su título. Cuenta la historia del minotauro convertido en torero y como es inteligente y razona acaba con todos los toreros y con la fiesta brava.
También la música de pronto me sugiere. No sólo la buena música, la llamada culta, sino también la música popular. Yo hablo de música popular igual que mis compañeros de generación. Estoy pensando en el Rock and Roll, no en la música mexicana.

— ¿Es difícil para un escritor de cuentos fantásticos entrar en el gusto de un público lector acostumbrado al realismo?
—Es casi imposible. El público en general de América Latina con la excepción de Argentina está muy hecho para la literatura realista. Le gusta saber que la mesa es mesa, la silla es silla y la tía es tía. Cuando el mundo del autor es el fantástico o el reino de la imaginación, entonces tiene menos éxito. Aunque muchos libros míos ya están traducidos. Dónde me conocen más fuera de México es por mis cuentos fantásticos.
Recientemente Alfaguara de España hizo una edición que se llama Los más grandes cuentos fantásticos e incluyeron 8 o 9 míos. En México no le dan importancia, trascendencia. Es como una literatura para pasar el rato, que no tiene la altura, la profundidad de la novela... El otro día me dieron el reporte de las ventas de mis libros y todo se vende bien, menos los dos tomos de Fantasías en Carrusel. Esos nadie los compra. Ya estoy resignado. No soy un escritor famoso, soy más bien polémico, ausente en los circuitos literarios del país, pero si algo queda mío serán esos cuentos.

—Ha escrito novela y cuento ¿Por qué no ha incursionado en la poesía?
—Eso es para aquellos talentos muy especiales. Pienso en Sabines, Paz, Montes de Oca. No pude nunca y con toda honestidad ni siquiera lo intenté. Cuando estábamos en secundaria veía que José Agustín escribía mucha poesía y según entiendo sigue escribiéndola, pero (no deseé escribir poesía) ni siquiera por reflejo o imitación de seguir a mi compañero. Intenté escribir teatro pero definitivamente pensé que mi camino era la prosa narrativa.

— ¿Qué está escribiendo ahora?
—Es la primera vez que trabajo en una novela de carácter histórico. No tiene título todavía, pero es la historia de Miramón y Leandro Valle, dos generales que se formaron en el Colegio Militar. Juntos enfrentaron la intervención norteamericana en 1947 y después uno peleó con los liberales y otro con los conservadores. Nunca se rompió la amistad, murieron jóvenes. Mi idea es ponerlos a pelear por el amor de una mujer, aunque no fue así. ¡Eso ya es fantasía!...Estoy leyendo sobre la época: el siglo XIX. Quiero terminarla en un año y medio o dos a los sumo.